VELKOMMEN TIL LYKKEN (BIENVENIDOS A LA FELICIDAD)

DE CABEZAS Y MIEDOS

Siempre que pienso en la cabeza de Ricardo pienso en una suerte de Wunderkammer o gabinete de curiosidades del siglo XIX. Encerrado en el espacio —pequeño y a la vez infinito— de su cavidad craneal. Un contenedor lleno de millones de ideas que, como las partículas inciertas de los sueños de Heisenberg, se encuentran a la vez en lugares y tiempos distintos con el solo objeto de abarcar todos los momentos, todos los espacios, todas las posibilidades de un universo sin fin.

La cabeza de Ricardo está llena de cuerdas de tramoyista, animales extintos, uniformes de domador de pulgas, cuernos de unicornio, autómatas austrohúngaros, bezoares, piedras filosofales, arpas de cedro, bustos de dictadores derrocados… todo lo que él sabe, pero también alberga aquello que desconoce e, incluso, lo que intuye que debe existir, aunque todavía no se pueda demostrar.

Por eso es tan compleja, fuerte y frágil a la vez. Porque, como la de todos los seres únicos, habita entre la cordura y la inquietud, sujeta al mundo físico por un hilo del espesor de un cabello. Por eso crea como crea, construye como construye. Sueña como sueña.

Esta exposición es una pequeña muestra de lo que habita en su interior. Ilusiones, expectativas y miedos arraigados —como los de todos— en sendas infancia y juventud. Miedos que vienen de hacerse preguntas que los demás no nos atrevemos a hacer; de asomarse a abismos para gritar y esperar lo que devolverá el eco. De no tener miedo al miedo. Porque a Ricardo no solo le define lo que es hoy. En igual (o mayor) medida le define aquello que durante un tiempo consideró que nunca llegaría a ser, esa posibilidad de quedarse en un limbo que se extendería toda su vida.

No extrañará, pues, que cada obra suya esté reflexionada hasta el extremo, lo que hace que todo lo que plasma, lejos de ser fruto del impulso, sea la imagen especular de una reflexión que ya pervivía en esa cabeza infinita y seguirá perviviendo, pero ahora en quienes decidamos enfrentarnos a unas obras en modo alguno fáciles, pero tampoco creadas para conmocionarnos sino para que, si así lo deseamos, aceptemos emprender el viaje hacia otras orillas desconocidas, y por ello, inusitadamente cautivadoras.

Aceptemos su invitación, contemplemos y pensemos.

Sin miedo.

Luis Fernández Antelo
Madrid,

VELKOMMEN TIL LYKKEN (BIENVENIDOS A LA FELICIDAD)

Vivimos un modelo de sociedad, que simplemente, intenta simplificar los procesos, crear caminos cortos y sin resistencia. La negación de lo doloroso y la desestimación de los análisis más imprescindibles, se han convertido de esta manera en el sistema cotidiano de vida y supervivencia. Siendo que todos, en una mayor o menor medida, vivimos sumidos en el fracaso de nuestras propias espectativas; podríamos asumir que deseamos convivir con una caída lenta y agónica en vez de hacer frente a nuestras propias contradicciones. Quiero creer que demasiados años de acreditadas supersticiones extravagantes tienen una solidez que hace que el sentido de lo evidente quede definitivamente sepultado. La realidad, sin embargo, crea para nosotros diminutas situaciones que pueden convertirse en la llave para vincularse con otras mucho mas trascendentales.

Lo cotidiano tiene la enorme virtud de ser neutro, de responder a la convención social aceptada y de no provocar, en general, ningún tipo de sorpresa o conflicto. Simplemente pasa diariamente sin que normalmente hagamos recaer en ello nuestra atención. Responde siempre a actos puramente prácticos, rutinarios, aburridos, insípidos y sin otro valor aparente que el meramente utilitario. Son actos y situaciones que pasan completamente desapercibidas por su pura falta de intención y carácter.

Sin embargo, muchos de esos pequeños instantes repetitivos tienen, vistos con la distancia necesaria, una interpretación poética, mágica y sutil. Una lectura trascendental que va más allá y los convierte en inspiradoras metáforas del tedio, la repetición, la vida y, por lo tanto, la muerte. De alguna forma, vistos desde otro ángulo y distanciando nuestro punto de vista de tanta convención, se convierten en claras y profundas alusiones al triste devenir existencial, a la dramática pulsión humana y a la angustiosa sensación de estar encerrado en una realidad que nos aboca inevitablemente al vacío. Y yo creo que esta eventualidad dignifica y engrandece a lo cotidiano posicionándolo en un nivel superior, mágico y expresivo. La trascendencia de su simbología potencia la propia vida, la dota de mayor dignidad y vigor.

Desde el medievo se hicieron habituales elementos simbólicos que recordaban la fugacidad de la vida, lo perecedero de nuestro tránsito. Mediante cráneos, huesos, relojes alados, ruedas y múltiples ornamentos simbólicos se invitaba a recordar la posición que ocupamos más allá del momento actual.

Siempre he creído, sin embargo, que esa moda ya caduca, seguía viva de manera silenciosa y machacona. O así me parecía a mí: una taza que se rompe, una cerilla ya apagada, una aguja oxidada, un carrusel…; rutinas que tenían magia y emoción más allá de su materialidad y una complejidad en su sencillez que las convertía en gigantescos gritos llenos de vigencia y atrevimiento. Turbadoras reflexiones ordinarias sobre el tiempo, la caducidad, la desesperanza y la angustia. Y la trascendencia. Hay que pararse a observar e interpretar.

Esta exposición habla de estos pequeños gestos, juegos, acciones y situaciones que forman parte de nuestro devenir diario y, tras una leve manipulación, se convierten en metáforas de nuestra fugacidad, de nuestra fragilidad y caducidad.

Ricardo Sánchez Cuerda
Madrid,

«No basta con pensar en la muerte, sino que se debe tenerla siempre delante. Entonces la vida se hace más solemne, más importante, más fecunda y alegre.»
Stefan Zweig (1881-1942)