LIBRE VOY
La taxidermia pudiera asumirse una suerte de manipulación especulativa. Cuando un sujeto se hace cargo de otro ser vivo, y a través de operatorias específicas históricamente desarrolladas, lo despoja, maquilla y recompone a partir de su dermis, está trastocando no solo el cuerpo sino el sentido primigenio de la percepción de la vida y la muerte. Por regla, los especímenes seleccionados para tal fin provienen de una muerte indigna, que aniquila su desarrollo natural y de alguna manera prostituye los despojos de sus cuerpos con fines de muy diversa naturaleza, como regla cargados de un humano gesto hedonista.
Cuando Ricardo Sánchez Cuerda (Madrid) esgrimió por primera vez estos —y otros— argumentos me sorprendieron sus particulares conjeturas sobre los inestables equilibrios que determinan la existencia. De quien se desempeña con éxito como escenógrafo de espacios escénicos, podría lógicamente esperarse una personal asunción de los ambientes y territorios donde ejerce sus dominios, signada por las estrategias que vehiculiza para cada caso, sin renunciar a su sello personal. La brújula de su psiquis nos lleva, sin embargo, a adentrarnos en estamentos más íntimos cuando decide renunciar a las tramas ajenas y redefinir objetos y significantes desde una perspectiva individual, extraña a las convenciones del trabajo por encargo.
Emerge entonces el complejo cosmos donde la muerte misma se somete a taxidermia. Sustraídos sus determinantes morales, epocales, culturales y religiosos se reconvierten los rituales e implicaciones que la acompañan. Ricardo elabora, así, un epigrama alternativo y mordaz que recoloca los paradigmas preestablecidos cuando defiende: «Si lo piensas fríamente, la relación con la muerte es relajante. Cuando la pulsión vital decae la muerte se constituye en puente final a la felicidad».
El espacio deviene entonces emoción, fin en sí mismo. Instrumento de decodificación impreciso y provocador. Los ámbitos que circundan o favorecen este «tránsito definitivo que supone la muerte» se erigen en parábolas insólitas. Según el artista, de esta manera, «el espacio en sí mismo deviene un código de posiciones relativas… proporciones y texturas que conforman un lenguaje sencillo y expresivo a la vez. En lo personal, el mundo me resulta un conjunto de relaciones espaciales de un orden básico y extravagante, pequeño, humano. Mi posición en el espacio me define y me explica: miedo, alegría, comodidad, angustia, sorpresa. Una posición es un manifiesto de primer orden, casi una forma de entender el mundo».
Isabel María Pérez Pérez
La Habana,